Me ha tomado un par de horas llegar al aeropuerto desde el hotel. En general, el hotel está destinado para personas que prefieren evitar el transporte público. Taxis sin marcar color negro esperaban a los huéspedes en su vestíbulo vehicular. Tampoco éstos son muy respetuosos de los peatones, como sucede en el resto de la ciudad. En las intersecciones hay semáforos peatonales que indican cuando puede uno, junto con las bicicletas y motonetas, tratar de cruzar la calle. Pero, los coches ignoran por completo esto al dar vueltas derechas, prácticamente ni frenan. Así que el cruce se vuelve una pequeña aventura. Caminé 800 metros al este con mi mochila y mi maleta con rueditas. Sé estos datos con exactitud pues así me lo indicó la persona que fallidamente fue por mí al aeropuerto cuando llegué hace 6 días. No coincidimos. Yo llegué y la persona no estaba ahí. Ignoraba si era mujer u hombre debido a mi desconocimiento de los nombres chinos. Quizás los nombres incluso son indiferentes al género. Eso sería bueno. Cuando llegué a Pekín, recién bajado del avión, y pasado por migración, pasé por el corredor justo afuera del área de pasajeros hacia el área pública del aeropuerto. Ahí esperaba ver un papel con mi nombre, como tantos otros, pero no estaba o no lo ví, al menos eso pensé en el momento. Ya cuando estaba en mi primer tren en China, el expreso del aeropuerto, mi anfitriona, así se develó su voz, me llamó preguntando dónde estaba yo dentro de la terminal. Pero yo ya iba camino al hotel. Entre disculpas mutuas fue donde me dio los datos exactos: al salir de la estación X caminar al este 800 metros. Y era cierto.
6 Días después estoy caminándolos en dirección contraria. A veces en la acera, a veces en la cicloruta. La acera estaba adoquinada y mi maleta hacía un molesto ruido al rodarla. En la cicloruta el pavimento asfáltico era más práctico aunque me tocó torear alguna bicicleta. En uno de los momentos en la acera pasé al lado de un indigente que ya había visto un par de veces. Ahora estaba con la cara hacia el piso, acostado con las piernas flexionadas. Para alguno pareciera que estaba muerto. Pasándola mal sin duda. Pero se sentía más bien dormido. En esta última ocasión tenía a los dos cachorros, de perro, blancos, amarrados con una cuerda a él. Ambos estaban dormidos también. Por aquí en esta acera era donde también vi varias veces por la noche a una guapa chica dedicada a pulir pantallas de smartphones. A veces estaba ocupada con otros teléfonos, a veces con el suyo atendiendo su pantalla. Esperaba menos gente en el metro por ser fin de semana pero rápidamente se esfumó esta idea. No estaba tan mal. No estaba como alguno de estos días de turismo de regreso del Palacio de Verano, o de la plaza de Tiananmen. Estaba tolerable. En el segundo transbordo me tocó sentarme pero a la siguiente estación tuve la oportunidad de cederle mi asiento a una anciana. Ella iba acompañada por quien creo que era su marido. Ambos cargaban con equipajes muy modestos. De hecho, el del señor era una caja de cartón con una asa hechiza de cinta adhesiva. Nadie le ofreció su asiento a este señor. Él no tenía cara de sufrimiento tampoco. Tenía un rostro fuerte. Quizás por eso. En días pasados me tocó atestiguar varias veces a pasajeros adultos del metro cederle los asientos a los ancianos. No sucedía siempre, pero me dejaron la impresión de que los chinos son más respetuosos con los ancianos que en México y Estados Unidos. Más frecuentemente vi la bonita relación entre adultos y los niños en China. Es notable como les otorgan cariño. Como les hablan los papás a sus hijos con dulzura. Y como los adultos extraños también les entregan sonrisas a los pequeños. En todo momento que veía yo esto recordaba a mi querida hija Leonor (Inés estaba aún en camino). Llegué al transbordo con el tren al aeropuerto. La pareja de ancianos también se bajó aquí. Este trayecto es 5 veces más caro que un boleto normal de metro pero también quizás 5 veces más barato que un taxi. En 6 días no tomé un solo coche de alquiler. Este tren, distinto, con un mayor número de asientos que los trenes del metro, sale a la superficie inmediatamente después de la estación. Pekín te despide con una serie de edificios de vivienda y usos mixtos en las plantas bajas. Los de la zona noreste de Pekín parecen ser más nuevos que la mayoría de los que vi en la zona central, lógicamente, o no tanto. Resulta que la vivienda de nivel alto existe en una forma por la cual no daría uno mucho. Edificios de vivienda costosa en las zonas centrales se presentan cochambrosos, llenos de polvo como toda la ciudad. Edificios sin mantenimiento, con aires acondicionados afeando las fachadas. Las amenidades a nivel de tierra, jardines y estacionamientos, tampoco dan la cara por el nivel de vivienda que son. Pekín está llena de polvo. Toda. Las plantas, los árboles, las hojas verdes se tornan grisáceas y algo amarillentas. Para mi era como esperar ver a Mongolia en Pekín. Esa que sobrevolé a mi llegada. Un gran y extenso desierto se impregna sobre la metrópolis. Kublai Khan se resiste a ir. Después del polvo la segunda característica es la contaminación del aire. La ausencia de calidad del aire. Mis estudiantes chinos me dijeron que comprara una máscara a mi llegada a Pekín. Que las vendían en cualquier lado. Pero a mi llegada no vi tantas máscaras, a ojo de buen cubero, 5% de las personas, máximo, las traerían puestas. Así que decidí no comprarme una. Además no vi una sola tienda que las vendiera ¿cómo se anuncian las farmacias aquí? Hay algunos modelos de máscara quizás hasta bonitos. Otros tienen una suerte de pastilla que ha de absorber y concentrar todo aquello que no te debes de meter. La verdad no me resultó incómodo respirar, como turista, como admirador de la belleza de los monumentos de esta ciudad. Hasta hoy por la mañana, que ya me estoy yendo, en mi cuarto del piso nueve pude sentir desde que abrí los ojos a las 6,30 a.m. una luz mucho más cristalina. Al levantarme de la cama y ver por la ventana pude atisbar al noroeste las montañas cercanas al Palacio de Verano que había visitado dos días antes. Qué diferencia hace la luz. Espero que mis colegas de la Universidad local a quienes vine a ver para planear el semestre que viene aprovechen el día y salgan a sus amplios parques. Espero que mi colega Yu Fan, nombre Zhu, salga a pintar paisajes con la técnica tradicional china que me dijeron sus otros colegas domina. Zhu tiene los bigotes y la barba adecuada. Unos cuando largos pelos se prolongan 10 centímetros o más desde su barbilla. Lo mismo, pero más cortos, de sendas comisuras de sus labios. Ayer que cenábamos pato de Pekín me mostró fotos de su última obra, un monumento nuclear allá en los desiertos del poniente de China. Impresionantes tanto la obra como el paisaje. Me dijo que llegar allá tomaba muchas horas. Zhu es un Chino muy orgulloso que al hacer la visita al sitio del proyecto del semestre que entra, el mercado de artesanías (y otras tantas cosas) más importante de la ciudad, se compró un libro de impresiones baratas de un pintor tradicional que a él le pareció una ganga. Al ver yo esto le pedí consejo sobre cual comprar también. Algunos muros de la casa, los de baño, podrían hacer buen uso de estas imágenes. Me recomendó a un reconocido maestro y lo compré por 20 yuan. Barato para 20 reproducciones de un original de 10 metros de largo por 30 de ancho. Creo que eso dijo. Espero que tenga razón pues no puedo leer la caligrafía China. Zhu conoce a Mario Schjetnan, ha visitado la casa de Luis Barragán en la ciudad de México, y ha estado tanto en Austin y Phoenix, que entre muchas otras ciudades de EEUU que sin duda ha visitado, son dos en las que he vivido. Me imagino que no ha ido a Chihuahua, tampoco le pregunté. El tren pasa por uno o dos canales que podrían ser infraestructuras de protección militar de antaño. Quizás no. Quizás esta zona esté muy afuera de los límites de la ciudad cuando hacia sentido defenderse así. Cuando llegaba hace 6 días, como a las 6 p.m. ya en el atardecer vi la primera expresión de uso de espacio público familiar al lado de uno de estos canales. Era una familia de unos 10 integrantes que rodeaban una mesa al lado del hombro del canal y debajo de un gran árbol. Cuando venía me pregunté qué estarían viendo al centro en esa mesa. Se disipó mi duda en mis múltiples visitas a los parques y monumentos históricos que abundan aquí (escribo esto en un restaurante bar en el aeropuerto con clave PEK). Los chinos juegan a las cartas, ajedrez, bakgammon, y cosas similares. Uno parece ser muy chino, el que vi en varios de los hutong, o barrios tradicionales, de la zona central. Seguro que estaban jugando alguna cosa de esas pero ahora ya no estaban 6 días después. Hoy sí pude tomar una foto del canal. De llegada venía cansado del largo viaje, un día completo, además de molesto por que mi equipaje no llegó conmigo a Pekín. Mis primeros dos días los disfrute con las mismas ropas puestas. El primer día además de sucio, de entrada, caminé de más y forcé de más el cuerpo. Entre los parque al sur y norte de la ciudad prohibida me pegó un cansancio de esos que con un poco más supongo te desmayan. Pero no me caí. Agarré un poco de aire gris y subí a la montañita artificial al norte de la ciudad de los emperadores, prohibida a los comunes como yo. Un montón de tierra resultado de la excavación del foso perimetral de la ciudadela…
Notas inconclusas de un viaje a Pekín durante marzo 2015.